Cuentos de alcoholemia

Un absurdo, o dos. Buscar lo significado, como buscando las llaves en el bolsillo, como buscando el pasaporte perdido diez minutos antes de que el avión se vaya. Cuando digo Universo ¿Qué es lo que en verdad he dicho?
Alberto Baixauli

Nombre:

Conde-Duque del Sarreo, Leguleyo Mayor, Comendador de Salamanca y Habitante de las noches áticas.

lunes, enero 08, 2007

Ciencia, ciencia.

lunes, diciembre 18, 2006

Borges y Yo, por Borges

martes, diciembre 05, 2006

- Padre, ¿Por qué me has abandonado?
- Por mutliplicar panes y peces y no haber traído suficiente para pagar la cuenta.

lunes, diciembre 04, 2006

Mediato

Mediato se despertó temprano y húmedo: una de esas noches líquidas de las que no se acordaba. Puso una lavadora, tomó una ducha, se peparó para el trabajo: camisa, corbata azul a rayas, tostada y zumo. Al salir a la calle el día era blanco y negro y los sonidos del mundo eran ruido ahogado bajo el agua. Mediato corrió de vuelta a su piso. No sabía si seguía soñando o si su alma se estaba limpiando con las sábanas.

miércoles, agosto 02, 2006

Ausencia literaria

Yo escribo poemas
para nunca hartarme de la lluvia:
para tener secretos de papel y alcantarilla;
para que lo que yo era con ocho años
no se muera y yo salga por las calles
con un poco de humor en la mirada
y la cabeza mojada
y los charcos con orillas y con olas.

Yo escribo poemas
para darle al invierno ideas
de cómo calentarte
para rodar colina abajo
hasta perderme en las noches calladas de Febrero.

Yo escribo poemas para acordarme
de tu voz que nunca escucho
de tu nombre detenido en las ventanas
de la razón que tienen los pájaros
y el día.

Hoy las calles lloran
con las heridas abiertas en los patios
y los columpios rotos
mi pecho es sólo un sobre abierto
en donde miro y hoy no hay nada
en donde descubro que había cartas con tu nombre
y soledad llena de pasos
y silencio de subir las escaleras
esperando a que llegases tan llena de ti
y tan contenta
diciendo mi nombre
palabra por palabra.

¿Dónde está hoy la lluvia?
¿Dónde están todos mis poemas?

viernes, julio 28, 2006

Los relojes nunca paran. Y la Hora se detiene un instante y sigue. Por las ventanas entra la misma luz sin ser la misma; por la rendija descubierta de las persianas se asoma el mundo a mi casa. De la puerta a la calle de abajo, el mismo empedrado, hasta la esquina, hasta la abertura transitada de la ciudad. La ciudad que nunca cambia. Por las aceras los pasos resueltos que vienen y van y vienen. Los pájaros en el parque, después de la corretiza, se despeñan desde los altos de la Iglesia. Pájaros, pájaros, pájaros. Lo único que cambia son las sombras apretadas en el muro, y el muro que sueña sus sueños de piedra. ¿Cómo salir de ésta ciudad? ¿Cómo escapar y no dejar rastro? Quizás entre las calles de niebla, humo y grillos de la madrugada. Quizás con el último grito en la estación del tren. Quizás a través de la mirada de la muchacha que, quieta, me mira desde la profundidad del sofá y me dice no te vayas. Salir por ahí, marcharme, saltar por la ventana abierta de su rostro. ¿Cómo irme? ¿y también como volver? ¿cuándo regresar? ¿cómo decidir que es el momento exacto para despedirme?

Sobre la calle, junto al río, una manada de árboles abreva. Los mismos pasos, su mismo ritmo. Un paso, otro, ¿Cómo escapar dando éstos mismos pasos? Ojalá supiera que del otro lado de la ciudad alguien me espera. Del otro lado de la ciudad, al final del viaje. En el reverso del tiempo que es el mismo tiempo. Irme y regresar son las dos caras de la misma moneda. Es un guiño de la misma cara. Desandar esta fiebre. Responder a todas las preguntas.

jueves, julio 20, 2006

Con Brandy.

Todos los perros y las horas, Bukowski, están encerrados en los vasos vacíos de la cocina. Mis aullidos son grandes como gritos de ansiedad en las esquinas. Las tres de la mañana y este hollín es la ficción de un pecho quemado, bañado en brandy y en el fuego fatuo de las piernas de mujer que duermen en mi cama. Y en mi boca están todas tus cenizas, tuyas, sonámbulo que te revuelcas en estas palabras. Soy la piedad del alcohol adormecido en el que acuestas tu espíritu en las noches de juerga y ventisca; y aún en la noche encuentro tus ojos tambaleándose en las avenidas del sofá. ¿Cómo dormir en la desesperación de las manos que no se calman, escuchando los latidos que guardé en un cajón por la mañana?

Yo busco, detrás del sillón, debajo de la mesa del salón, en los atriles, los cantos, los retratos, en la compilación de música, sobre las paredes desiertas, en las manchas del tapiz, en los cuadernos jamás acabados, adentro de las voces secas. Yo busco, y no encuentro, a la mujer que perdí, no a esa que duerme en la quietud de estas paredes; ni a esa que se baña en las fronteras de lo que le permito: yo busco a esa que, blanca y rubia, se fué un día, por los interminables escollos de Febrero.

Busco, embriagado, a una mujer. No sé dónde la puse.