Cuentos de alcoholemia

Un absurdo, o dos. Buscar lo significado, como buscando las llaves en el bolsillo, como buscando el pasaporte perdido diez minutos antes de que el avión se vaya. Cuando digo Universo ¿Qué es lo que en verdad he dicho?
Alberto Baixauli

Nombre:

Conde-Duque del Sarreo, Leguleyo Mayor, Comendador de Salamanca y Habitante de las noches áticas.

viernes, julio 28, 2006

Los relojes nunca paran. Y la Hora se detiene un instante y sigue. Por las ventanas entra la misma luz sin ser la misma; por la rendija descubierta de las persianas se asoma el mundo a mi casa. De la puerta a la calle de abajo, el mismo empedrado, hasta la esquina, hasta la abertura transitada de la ciudad. La ciudad que nunca cambia. Por las aceras los pasos resueltos que vienen y van y vienen. Los pájaros en el parque, después de la corretiza, se despeñan desde los altos de la Iglesia. Pájaros, pájaros, pájaros. Lo único que cambia son las sombras apretadas en el muro, y el muro que sueña sus sueños de piedra. ¿Cómo salir de ésta ciudad? ¿Cómo escapar y no dejar rastro? Quizás entre las calles de niebla, humo y grillos de la madrugada. Quizás con el último grito en la estación del tren. Quizás a través de la mirada de la muchacha que, quieta, me mira desde la profundidad del sofá y me dice no te vayas. Salir por ahí, marcharme, saltar por la ventana abierta de su rostro. ¿Cómo irme? ¿y también como volver? ¿cuándo regresar? ¿cómo decidir que es el momento exacto para despedirme?

Sobre la calle, junto al río, una manada de árboles abreva. Los mismos pasos, su mismo ritmo. Un paso, otro, ¿Cómo escapar dando éstos mismos pasos? Ojalá supiera que del otro lado de la ciudad alguien me espera. Del otro lado de la ciudad, al final del viaje. En el reverso del tiempo que es el mismo tiempo. Irme y regresar son las dos caras de la misma moneda. Es un guiño de la misma cara. Desandar esta fiebre. Responder a todas las preguntas.

jueves, julio 20, 2006

Con Brandy.

Todos los perros y las horas, Bukowski, están encerrados en los vasos vacíos de la cocina. Mis aullidos son grandes como gritos de ansiedad en las esquinas. Las tres de la mañana y este hollín es la ficción de un pecho quemado, bañado en brandy y en el fuego fatuo de las piernas de mujer que duermen en mi cama. Y en mi boca están todas tus cenizas, tuyas, sonámbulo que te revuelcas en estas palabras. Soy la piedad del alcohol adormecido en el que acuestas tu espíritu en las noches de juerga y ventisca; y aún en la noche encuentro tus ojos tambaleándose en las avenidas del sofá. ¿Cómo dormir en la desesperación de las manos que no se calman, escuchando los latidos que guardé en un cajón por la mañana?

Yo busco, detrás del sillón, debajo de la mesa del salón, en los atriles, los cantos, los retratos, en la compilación de música, sobre las paredes desiertas, en las manchas del tapiz, en los cuadernos jamás acabados, adentro de las voces secas. Yo busco, y no encuentro, a la mujer que perdí, no a esa que duerme en la quietud de estas paredes; ni a esa que se baña en las fronteras de lo que le permito: yo busco a esa que, blanca y rubia, se fué un día, por los interminables escollos de Febrero.

Busco, embriagado, a una mujer. No sé dónde la puse.